LA ENERGIA NI SE CREA NI SE DESTRUYE
No es mi intención disertar
sobre la ley de conservación de la energía, pero inmerso de lleno en la tercera
edad, mi mente se encuentra desorientada. Pensar en el futuro y como
resolverlo, cosa habitual hasta hace poco, resulta bastante deprimente. El
presente es tedioso, nada excitante, ejercer de abuelo es agradable un rato,
pero no para llenar la vida. Y la mente se refugia en el pasado, en el recuerdo.
Dicen que recordar es volver a vivir, pero no me resigno a vivir del pasado.
Es época de ejercitar las
aficiones, esas que la falta de tiempo en la época activa, te impedían
disfrutar todo lo que deseabas. Durante muchos años, navegar era competir en
las regatas o realizar travesías con la familia, o amigos, pero siempre con el
tiempo medido. Ahora es tiempo de disfrutar sin prisas, y en ello estamos, en
navegar con mi velero mientras el cuerpo aguante.
Ahora suelo navegar en
solitario, mi barco, el mar y yo…, bueno…, y el tiempo…, fundamentalmente el
tiempo, meteorológicamente hablando. En un velero, el tiempo es un componente
fundamental, todo debe acomodarse a él. El frío, el calor, la lluvia, el
viento, sobre todo el viento, a veces tempestuoso, a veces calma chicha, y tú
allí, con tu velero, trimando las velas para aprovechar de la mejor manera
posible, esa energía del viento y transformarla en el movimiento del barco
hacia el lugar pretendido.
Cuando navegas a vela y en
solitario, tienes mucho tiempo para pensar, y muchas cosas en que pensar,
indiscutiblemente el manejo de la embarcación es la fuente de inspiración
prioritaria, las variables son tantas que suele ser la ocupación fundamental de
la mente, luego, la deformación profesional hace el resto y surge la teoría de
la conservación de la energía. Que conste que Albert Einstein también era un
gran aficionado a la vela y parió la teoría de la relatividad, así que tampoco
es tan descabellado el tema.
Sea como sea, quizá por la
edad, por la soledad que te rodea, por el espacio infinito y vacío en que te
mueves…, no sé…, pero eso de la conservación de la energía, suele ser un tema
recurrente de pensamiento en mis navegadas. El ver que a tu alrededor solo
existe el horizonte, esa línea plana de unión o separación, entre el
cielo y el agua, me lleva a pensar en el universo, en el planeta Tierra como
una pelotita dentro del Sistema Solar, y este como una pelotita dentro de la Vía
Láctea y…, y yo aquí, con mi barquito, en medio del agua..., en medio del universo infinito.
¿Qué coño hago aquí?
¿Qué soy?
Y uno recuerda aquella canción
de los Panchos
Que importa saber quién
soy
ni de dónde vengo, ni por dónde voy
tú me desprecias por ser vagabundo
y mi destino es vivir así
si vagabundo es el propio mundo
que va girando en un cielo azul
que importa saber quién soy
ni de dónde vengo ni por dónde voy
ni de dónde vengo, ni por dónde voy
tú me desprecias por ser vagabundo
y mi destino es vivir así
si vagabundo es el propio mundo
que va girando en un cielo azul
que importa saber quién soy
ni de dónde vengo ni por dónde voy
Al final, de nuevo al teorema
de la conservación de la energía, el universo es energía, la materia es energía
que se transforma y se irradia, la vida…
¿Qué es la vida?
¿Acaso no es una forma de
energía?
Un vegetal, como ser viviente,
absorbe la luz solar y distintos materiales disueltos en agua, y lo transforma
todo en su propio ser, ni se crea ni se destruye, solo se transforma, y cuando
muere vuelve a transformarse en materia orgánica, que sigue siendo una energía.
¿Y los animales?
¿Y los seres humanos?
La escala evolutiva de los
seres vivos nos demuestra cómo, a partir de los primeros seres unicelulares, la
evolución nos lleva paso a paso hasta el ser humano.
De nuevo la energía que ni se
crea ni se destruye, simplemente se transforma, y ese ser unicelular primitivo,
termina siendo un ser humano a quién según muchas tradiciones religiosas y
filosóficas, se le atribuye alma, que le confiere instintos, sentimientos,
emociones, pensamientos y decisiones libres. El alma sería el componente espiritual de los
seres humanos. La Biblia, incluso, nos enseña que la verdadera vida o vida
espiritual, no cesa cuando nuestros cuerpos físicos terminan con la muerte.
Nuestras almas vivirán para siempre, ya sea en la presencia de Dios en el cielo
si es que somos salvos, o en castigo en el infierno si rechazamos el regalo de
Dios de la salvación. De hecho, la promesa de la Biblia no es que sólo nuestras
almas vivirán para siempre, sino que también nuestros cuerpos serán
resucitados. Esta esperanza de resurrección corpórea, está en el corazón mismo
de la fe cristiana (Wikipedia)
Y uno sigue gobernando el
barco, sin prestar demasiada atención a estas enseñanzas de la Biblia, que
durante tanto tiempo han marcado mi vida, y que tiran por tierra el teorema de Noether
o ley de la conservación de la energía.
Y la mañana ha pasado, y comienza la
tarde, y la brisa marina que soplaba de la tierra al mar, rola, y comienza a
soplar del mar a la tierra, lo que me obliga a cambiar la posición de las
velas, para seguir transformando la energía de la nueva dirección del viento, y
conseguir que el barco siga manteniendo el rumbo elegido para la travesía.
Y de nuevo aquí, con mi
barquito, en medio del agua, pensando como mi cerebro, o mi mente, o mi verdadera
vida, o mi vida espiritual, o mi alma…, que más da…, ese lo que sea percibe la
energía de la sensación del cambio de viento, y la transforma en la energía que
tu cerebro necesita, para decidir cuándo y cómo trimar las velas para ese nuevo
viento.
Las creencias religiosas son
el refugio ante lo desconocido, ante el temor a la muerte, ese temor que el
instinto de supervivencia nos infunde para que sigamos vivos, y es bueno que
exista, pues de lo contrario la vida desaparecería. Pero los instintos,
sentimientos, emociones, pensamientos, decisiones, ideas, la vida misma, son
energía que deja de transformarse con la muerte, el encefalograma plano, o lo
que es lo mismo, el cerebro ha dejado simplemente de transformar la energía. Pero
la energía acumulada en esas ideas, en esos pensamientos de ese ser humano
desaparecido, sigue ahí, sin crearse ni destruirse, y excitarán las mentes de
otros humanos que la recibirán y transformarán en nueva energía, en nuevos
sentimientos.
Ante semejante disquisición,
mi barquito y yo, decidimos que la soledad empezaba a afectar a las neuronas, y
que se hacia necesario un intercambio de sentimientos con otros seres humanos, para que la energía fluyese y se
transformara. Decidimos que ya valía de soledad y que unas tapas con un poco de
cava, entre amigos, es la esencia de la vida. Había que poner rumbo a puerto ¡ya!
De vuelta a puerto, y tras
amarrar y recoger el barco, salgo del pantalán, observando delante de mi, la
imagen del movimiento pendular y acompasado, que el paso rítmico y firme,
produce en un culito bien moldeado, de una mujer, ni joven, ni vieja sino todo
lo contrario. Y uno se da cuenta de la veracidad del teorema de Noether. Algo
tan simple como una imagen, es capaz de trasmitir una energía arrebatadora.
La energía ni se crea ni se
destruye, simplemente se transforma.
07/11/2018, José Manuel
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